Hoy, 29 de febrero, se hace realidad aquella cantinela que muchos aprendimos en la escuela y que se quedó grabada para siempre en nuestra memoria, “30 días trae septiembre, con abril, junio y noviembre, el resto tienen 31, menos febrerillo el mocho, que solo tiene 28 y si es bisiesto 29” y una vez más, aquí lo tenemos.
Un día extra en el calendario que, cargado con muchas supersticiones nunca reconocidas por la ciencia, hacen de esta anomalía en la rutina del conteo de los días de nuestro calendario y por ende del mes de febrero, de una excepcionalidad, cuando menos curiosa.
Nuestro calendario es el Gregoriano desde que, en el año 1582 el Papa Gregorio XIII promulgó la “Inter Gravissimas”, una ley de reforma con la que se pretendía ajustarlo al máximo con el año solar, que es el tiempo exacto que la Tierra tarda en dar una vuelta alrededor del Sol.
Entre otras cosas en dicha reforma se estableció que después del jueves 4 de octubre se pasaría al viernes 15 de octubre de ese mismo año. Un salto de 10 días para eliminar el desfase que, se había creado con el uso del calendario juliano, que era el vigente hasta aquel momento.
El calendario gregoriano modificó también el día añadido en cada año bisiesto del calendario juliano que añadía una jornada tras el 23 de febrero, cambiándolo al 29 de febrero, como lo tenemos actualmente.
Al eliminar la decena, se borró por completo el desfase con el año solar y para que no volviese a ocurrir, el nuevo calendario eliminó 3 años bisiestos de cada 4 siglos, asegurando, por primera vez, una armonía casi perfecta entre el calendario y el año solar.
MÁXIMO AJUSTE
Pero además del añadido cada cuatro años del día 29 de febrero, se está haciendo una pequeña aproximación porque se sigue presentando un pequeñísimo desfase. Algo que el calendario gregoriano soluciona presentando una diferencia entre dos grupos de años: los seculares y los no seculares.
Los seculares son los múltiplos de 4, mientras que los no seculares son los múltiplos de 400. De esta forma, se eliminan como bisiestos a 3 de cada 4 años seculares, o lo que es lo mismo, los años 1800 y 1900, pese a ser divisibles por 4, no lo son por 400, por lo que no fueron años bisiestos, sino comunes. Por su parte, el año 2000, como es divisible tanto por 400 como por 4 sí que se consideró un año bisiesto.
Por tanto, el calendario gregoriano cuenta, en realidad, con ciclos de 400 años, en los que hay 97 años bisiestos y 303 comunes, lo que da como resultado años de 365,2425 días. De esa forma, la diferencia con el año solar queda reducida a algo menos de medio minuto por año.
La “mala fama” de los años bisiestos se refleja en el refranero, donde la sabiduría popular, según los diferentes territorios, ha ido dejando algunos refranes como: